-Gutiérrez…
-Dígame, Zapico…
-Mire, no le doy dos hostias por pura inteligencia emocional.
-¿Cómo dice?
-Tiene usted suerte, hombre.
-¿Yo?, ¿de qué?
-Me he vuelto empático, asertivo y autoconsciente.
-¿Eh?
-Hice un cursillo este puente y gozo de paz interior, que si no…
-¿Qué?
-Le pisaba la cabeza, cabrón.
-¡Oiga!
-No se preocupe, Gutiérrez. Estoy mejor, mucho mejor.
-Pero…
-Conectado a tope conmigo mismo, fíjese.
-Ah.
-Y además sé ponerme en el lugar del otro.
-¿Sí?
-Claro. Comprendo que es usted un mediocre, vago, envidioso…
-¡Oiga!
-…Y por eso me apuñala por la espalda.
-Pero…
-Tranquilo, no pasa nada. Aunque…
-¿Qué?
-Si no fuera tan competente en la gestión emocional de mí mismo…
-¿Qué?
-Saltaba ahí y le retorcía los güevos.
-¿A mí?
-Sí, a usted y a los demás directivos…
-¿Los demás?
-Sí, que ya tienen el próximo ERE decidido.
-Oiga, pero…
-No se preocupe. Ante la adversidad no me desanimo.
-Zapico…
-He aprendido a relajarme y desarrollar el pensamiento positivo.
-Ah.
-Estoy automotivado, comprometido…
-Me parece muy bien.
-…Y soy consciente de mi respiración.
-Vaya…
-Sé reconocer sentimientos propios y ajenos.
-Zapico, no le acabo de entender.
-Ya lo sé, Gutiérrez.
-¿Lo sabe?
-Claro. Ahora sé identificar lo que sienten los demás.
-¿Y?
-Pues eso.
-¿Qué?
-Que no le doy dos hostias por pura inteligencia emocional.